A la luz del pasado conflicto estudiantil –y de todos los sucedidos a lo largo de la historia- resulta interesante pensar, e incluso analizar, a los protagonistas de los bandos en disputa. Toda guerra, según el punto de vista del que se la mire, posee juicios valóricos atribuidos a los participantes, o en palabras más simples, siempre hay un bueno y un malo.
Estas distinciones pueden efectuarse siguiendo criterios muy diversos, que pueden subyacer en diferencias valóricas, étnicas, ideológicas, y una infinidad de prejuicios. Pero existe un tipo de conflicto que es regido por un parámetro inusual, pero que puede abarcar todos los anteriores: la diferencia etárea.
El muy manoseado movimiento secundario que presenciamos hace unas semanas pertenece, según mi opinión, a esta última categoría, aunque el enfoque que se le dio nunca siquiera se acercó a mi tesis.
Este movimiento fue vanagloriado por amplios sectores sociales, que destacaron su capacidad para representar fidedignamente los requerimientos de toda la sociedad. Se recalcó su limpieza ideológica, que le permitió –según dicen- alcanzar el éxito. Y se le llamó un movimiento integrador, que no distinguió clases sociales, ni colores políticos. Existía sólo un organismo que parecía no estar de acuerdo con las demandas que, de estudiantiles, pasaron a generales: el Gobierno.Al menos así parecía cada vez que algún vocero ACES hablaba, o que tal o cual diputado o senador UDI, opinaba. De tanta repetición, en nuestras cabezas ha quedado grabada la premisa de que “es el Gobierno de turno el culpable de todos los males que acaecen sobre el pueblo”. Una premisa que a todos nos parece real, irrebatible. Y quizás tienen razón, pero sólo quizás.
No se trata de jugar a la heroína, ni a la defensora de los pobres, como mi padre me llamaba cada vez que intervenía en favor de los acusados, pero ¿acaso nadie se cuestiona esta extraña propuesta?
Propongo un viaje en el tiempo, uno breve, y que no debería representar gran dificultad para el lector, pues es a una época que persiste en la retina nacional: la dictadura militar.En aquel período, tal como sucede ahora, existieron grandes movimientos –aunque mucho más reprimidos que en la actualidad- orientados a la defensa no sólo de la educación, sino de la libertad, de la vuelta a la democracia. Estos movimientos, en analogía al presente, fueron también protagonizados por masas juveniles, ansiosas de victoria, nutridas de idealismo.
Lo maravilloso, y realmente particular de esta situación, es que aquellos jóvenes concientes, políticos, igualmente admirables, y luchadores, son hoy los villanos.
Para esto hay dos explicaciones posibles. La primera es más apocalíptica, y narra cómo estos muchachos, otrora buenos, siguieron el camino del mal, cual Darth Vader en Star Wars. Mi creencia en la bondad del ser humano, además del raciocinio efectuado, me indican que tal posibilidad es algo extrema, además de fantasiosa. La segunda es más probable, y es que, pasada la adolescencia, y comprendidos los riesgos del idealismo en una dictadura que no perdona, estos dirigentes políticos crecieron con cierto temor, y hoy, estando en el poder, comprendieron que el idealismo no es algo de lo que se pueda vivir. En este sistema –del que el mero entusiasmo juvenil difícilmente nos sacará- todas las cosas tienen su precio.
Me parece que ese es un error fatal en los movimientos que desean cambios radicales. Todos fuimos jóvenes alguna vez, y personalmente, la idea de cambiar el mundo aún me parece atractiva, y extremadamente necesaria, pero teniendo en cuenta cuáles son los errores del sistema, ¿no está demás buscar culpables? Sobre todo considerando que aquellos culpables a veces no son más que nuestros aliados.
Corro el riesgo de sonar contraria a los cambios, y detractora de las pasiones adolescentes, hambrientas de utopía. Pero quede claro que no es así, sólo no permitamos que tanta pasión nos lleve a la irracionalidad.
Además, siempre es bueno mirar las dos caras de La Moneda.
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Hace 3 años.
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