16 noviembre, 2006

¿Dónde quedó el Podemos?

El 13 de diciembre del 2003 se formuló una promesa de cambio en un ala de la política chilena. Más de veinte organizaciones político-sociales, entre ellas los partidos Comunista y Humanista, decidieron unirse y conformar el pacto Juntos Podemos Más, con la aspiración de hacer firme competencia al duopolio sostenido por años entre la Alianza por Chile y la Concertación.

Pero más allá de eso, el Podemos –acrónimo para Poder Democrático Social- fue fundado con un ideal principal, que era formar “un Movimiento Político y Social que priorizará su lucha no sólo en su acción de carácter político sino capaz de recuperar la fe en las posibilidades de transformación de las condiciones sociales, políticas y culturales injustas que hoy parecen falsamente imponerse como únicas e inamovibles”.

La promesa del Juntos Podemos comenzó a ser palpable en las elecciones municipales del año 2004. La unión de los diversos partidos permitió al conglomerado alcanzar casi un 6% de los alcaldes electos, y un 10% de los concejales. Cifras definitivamente mayores a las que podrían haber resultado de no haberse conformado la alianza. Cifras que brindaron más de alguna ilusión.

Las elecciones presidenciales del 2005 se auguraban aún más exitosas. Tomás Hirsch derrotaba a Tomás Moulián, e imponía la presencia de su partido como rostro visible y candidato único de la coalición. La participación de Hirsch en el primer debate presidencial efectuado en octubre fue la gran sorpresa. Para muchos, fue el primero y más fuerte acercamiento que el Podemos tuvo para ganarse a los votantes. Sin ser el principal foco de atención, Hirsch logró lucirse sin propuestas novedosas, pero mucho ingenio e irreverencia. La empresa de encuestas Time Research, con una de las muestras más masivas en Chile, le otorgó un 22% de aprobación por desempeño, superando a Joaquín Lavín.

El 11 de diciembre fue el Día D. Luego de nueve horas de sufragios, los cómputos realizados por el Gobierno no parecían satisfacer las aspiraciones que con entusiasmo habrían formulado durante la campaña los partidarios del Juntos Podemos. "Sabemos que estamos en los dos dígitos" había declarado Tomás Hirsch solo diez días antes de las elecciones, a Diario La Nación.

Pero sus optimistas pronósticos se vieron drásticamente golpeados cuándo el cuarto y último cómputo de la jornada le otorgaba un 5,40% de los votos escrutados, es decir, apenas la mitad de lo que con entusiasmo se esperaba. El nuevo escenario lo ponía automáticamente fuera de la pelea por la presidencia, no obstante, las elecciones aún no se daban por finalizadas.

La candidata de la Concertación, Michelle Bachelet, obtuvo un 45,87% de los votos, cantidad insuficiente para acceder a La Moneda, y se disputaría el sillón con Sebastián Piñera, candidato de Renovación Nacional. Las probabilidades indicaban que los votos invertidos en Lavín se contarían para Piñera en el balotaje, lo que pondría en entredicho la victoria de Bachelet. La duda era: ¿entregará ese 5% de votos el Juntos Podemos a la Concertación?

Recién pasada la medianoche, y entre los festejos de los finalistas, Tomás Hirsch declaraba en conferencia de prensa: "No apoyaré a ninguno de los candidatos que hoy se presentan a la segunda vuelta, porque ninguno a incluido en sus programas de gobierno las profundas modificaciones que me parecen imprescindibles para lograr la real modificación de las desigualdades (…) por todo lo anterior yo votaré nulo". Los resultados de la segunda vuelta, pautada para el 15 de enero del 2006, parecían esclarecerse.

Sin embargo, el 27 de diciembre de ese año, Guillermo Tellier, presidente del Partido Comunista, decidirá que una parte del Juntos Podemos difiere de la posición de su candidato, y llama a los comunistas a darle el voto a Bachelet, siempre y cuando ésta “se comprometiera, pública y solemnemente, ante el país, a llevar adelante en los primeros meses de su gobierno, medidas inmediatas tendientes a resolver cinco puntos, que ciertamente no agotan nuestras propuestas programáticas, pero que consideramos de gran importancia en los planos institucional y social”.

Para los miembros de la coalición, esto no fue más que un pequeño traspié, digno de suceder en alianzas donde se prioriza la pluralidad. Pero para los medios de comunicación, y por consiguiente, para buena parte de la población, una divergencia de este tamaño sólo podía ser sinónimo de un quiebre en las filas de la izquierda. Un quiebre que terminaría por hundir al Juntos Podemos Más.

A pesar de las negativas de sus dirigentes ante tamañas especulaciones, el nombre del conglomerado no se ha oído desde aquel episodio y Tomás Hirsch parece haber cesado sus controversiales apariciones. Por la novedad de su creación, y el misterio de su insegura desaparición, el Podemos es un tema olvidado por la prensa.

Y es un olvido que incluso el mismo pacto parece haber hecho. En marzo del presente año me tocó entrevistar a Efrén Osorio, presidente del Partido Humanista, y tuve la oportunidad de preguntarle sobre la desaparición de su pacto (ya notoria en el momento de la entrevista). El ex candidato a senador se remitió a disparar un discurso que estaba dentro de los márgenes lógicamente esperados. Afirmó que el quiebre no habría sido tan radical, y que aún realizaban actividades en conjunto, como fue la bienvenida a Evo Morales en el Estadio Nacional.

De todas formas, dejó entrever que las revoluciones habían efectivamente bajado desde el 11 de diciembre, que el Podemos pasaba por un momento de introspección y evaluación, y que necesitaba rearticularse, revitalizarse. Quizás el problema sea que dicha renovación ha tardado más de lo normal, o necesario.

En el entretiempo, y según es posible apreciar en la página web de la coalición, los diferentes miembros del Podemos –y principalmente Tomás Hirsch- han dedicado estos meses a la cobertura y apoyo a temas siempre delicados para la sociedad chilena. En la página principal se destacan noticias a favor del movimiento secundario cuándo éste adquirió preponderancia, se publican los pormenores de asuntos relativos a Bolivia, y la revolución que ha causado en el Podemos, la presidencia de Morales. Y últimamente, posts dedicados al conflicto minero en La Escondida, han cubierto la portada del sitio.
Pero de acción política, nada.

Por otra parte, los medios no parecen molestarse en cubrir alguna de las no muy novedosas propuestas del Podemos. Siendo una alianza que agrupa demasiados extraparlamentarios e izquierdistas, además de una votación para muchos, irrelevante, publicar las visitas de Hirsch a Bolivia, o las denuncias de mineros, y profesores de la Universidad Arcis, simplemente no es interesante.

A mi parecer, la desaparición mediática del Juntos Podemos Más no es nada sorprendente. Quizás lo más vistoso del asunto sea que, por primera vez, su falta de cobertura no es meramente parte de un conflicto ideológico de años, y que fue la justificación plausible siempre hasta este punto. En la actualidad, podríamos atrevernos a decir que es una justa retroalimentación.

La noticia, se supone, debe poseer ciertos atributos que la hagan, efectivamente, noticia. Entre dichas características debe encontrarse la novedad, la relevancia, lo morboso quizás. Y siendo imparciales, el Podemos no ha proporcionado ninguno de dichos actores en los últimos meses, como para ser dignos merecedores una portada, o siquiera un breve.

Sólo el Partido Comunista ha logrado mantenerse a flote. Incluso ha sido propuesto por RN como una necesidad a la hora de debatir reformas al sistema binominal. Pero teniendo claro que el PC es sólo uno de las decenas de agrupaciones que componen el Juntos Podemos, quizás sea necesario acelerar el proceso de remodelación interna. De otra forma, los medios olvidarán por completo su existencia. Y más preocupante aún, en caso de una eventual negociación, serán más de 40 organizaciones las ignoradas en la conformación de un nuevo sistema electoral.

06 julio, 2006

Las dos caras de La Moneda

A la luz del pasado conflicto estudiantil –y de todos los sucedidos a lo largo de la historia- resulta interesante pensar, e incluso analizar, a los protagonistas de los bandos en disputa. Toda guerra, según el punto de vista del que se la mire, posee juicios valóricos atribuidos a los participantes, o en palabras más simples, siempre hay un bueno y un malo.
Estas distinciones pueden efectuarse siguiendo criterios muy diversos, que pueden subyacer en diferencias valóricas, étnicas, ideológicas, y una infinidad de prejuicios. Pero existe un tipo de conflicto que es regido por un parámetro inusual, pero que puede abarcar todos los anteriores: la diferencia etárea.
El muy manoseado movimiento secundario que presenciamos hace unas semanas pertenece, según mi opinión, a esta última categoría, aunque el enfoque que se le dio nunca siquiera se acercó a mi tesis.
Este movimiento fue vanagloriado por amplios sectores sociales, que destacaron su capacidad para representar fidedignamente los requerimientos de toda la sociedad. Se recalcó su limpieza ideológica, que le permitió –según dicen- alcanzar el éxito. Y se le llamó un movimiento integrador, que no distinguió clases sociales, ni colores políticos. Existía sólo un organismo que parecía no estar de acuerdo con las demandas que, de estudiantiles, pasaron a generales: el Gobierno.
Al menos así parecía cada vez que algún vocero ACES hablaba, o que tal o cual diputado o senador UDI, opinaba. De tanta repetición, en nuestras cabezas ha quedado grabada la premisa de que “es el Gobierno de turno el culpable de todos los males que acaecen sobre el pueblo”. Una premisa que a todos nos parece real, irrebatible. Y quizás tienen razón, pero sólo quizás.
No se trata de jugar a la heroína, ni a la defensora de los pobres, como mi padre me llamaba cada vez que intervenía en favor de los acusados, pero ¿acaso nadie se cuestiona esta extraña propuesta?
Propongo un viaje en el tiempo, uno breve, y que no debería representar gran dificultad para el lector, pues es a una época que persiste en la retina nacional: la dictadura militar.En aquel período, tal como sucede ahora, existieron grandes movimientos –aunque mucho más reprimidos que en la actualidad- orientados a la defensa no sólo de la educación, sino de la libertad, de la vuelta a la democracia. Estos movimientos, en analogía al presente, fueron también protagonizados por masas juveniles, ansiosas de victoria, nutridas de idealismo.
Lo maravilloso, y realmente particular de esta situación, es que aquellos jóvenes concientes, políticos, igualmente admirables, y luchadores, son hoy los villanos.
Para esto hay dos explicaciones posibles. La primera es más apocalíptica, y narra cómo estos muchachos, otrora buenos, siguieron el camino del mal, cual Darth Vader en Star Wars. Mi creencia en la bondad del ser humano, además del raciocinio efectuado, me indican que tal posibilidad es algo extrema, además de fantasiosa. La segunda es más probable, y es que, pasada la adolescencia, y comprendidos los riesgos del idealismo en una dictadura que no perdona, estos dirigentes políticos crecieron con cierto temor, y hoy, estando en el poder, comprendieron que el idealismo no es algo de lo que se pueda vivir. En este sistema –del que el mero entusiasmo juvenil difícilmente nos sacará- todas las cosas tienen su precio.
Me parece que ese es un error fatal en los movimientos que desean cambios radicales. Todos fuimos jóvenes alguna vez, y personalmente, la idea de cambiar el mundo aún me parece atractiva, y extremadamente necesaria, pero teniendo en cuenta cuáles son los errores del sistema, ¿no está demás buscar culpables? Sobre todo considerando que aquellos culpables a veces no son más que nuestros aliados.
Corro el riesgo de sonar contraria a los cambios, y detractora de las pasiones adolescentes, hambrientas de utopía. Pero quede claro que no es así, sólo no permitamos que tanta pasión nos lleve a la irracionalidad.
Además, siempre es bueno mirar las dos caras de La Moneda.

13 junio, 2006

el chico.

Llegué a La Florida cuando acababa de cumplir 3 años. Tan pronto como arribé, fui inscrita en un jardín infantil cercano, de esos Montessori, donde el adiestramiento va más acorde a las necesidades del mundo globalizado que vivimos. Ahí obtuve mis primeros y transitorios amigos, todos vivían a algunas cuadras de mi casa, compartiendo días de jardín y tardes de cumpleaños. No obstante, de todos ellos, no conservé ni uno. Ni siquiera aquella ex-amiguita que aun vive al frente.
Este no es un barrio de niños –dijo una vez, asertivamente, mi madre- eso fue lo único que no pensamos cuando compramos la casa. Pero tales declaraciones ya estaban demás, mis vecinos fueron toda mi vida unos desconocidos. Excepto uno.


Por la ventana de la que alguna vez fue mi habitación, se aprecia con claridad el patio de la casa contigua. Una casa que nunca formó parte del condominio de idénticas construcciones al cual mi casa sí pertenece. Es blanca, de sólo un piso, y tejado negro plomizo, por el que tantos gatos vi pasar, ronronear, pelear. En ella, si no me equivoco, viven 6 personas.
Uno de ellos es el Chico. Me parece incluso triste no poder llamarle de otra manera, pero es inevitable. Desde que tengo uso de razón, ese ha sido su nombre. La denominación existente en su carné de identidad me es desconocida, así como para el resto de mi familia. Pero su metro y medio de estatura hace casi inviable apodarle de otra forma.
El Chico es un caballero de edad indeterminada. Su estatura no ayuda a la identificación, así como tampoco su cabello difícilmente plomo. Quizás su pelada lo delate un poco, o los lentes poto de botella que usaba hasta hace un par de años, y que renovó por unos más modernos. Al ojo, otorguémosle unos 75 años. Los atribuyo a los integrantes que componen su familia: su esposa –a quien, acabo de recordar, no veo hace un buen tiempo-, su hija casada, madre de una joven que se convirtió en mamá hace un par de años. Es decir, el Chico tiene un bisnieto. Y para eso se debe tener cierta edad, ¿no?


Pero el Chico tiene más gracias que respirar, ser pelado, o tener bisnietos. El Chico es, lo que algunos denominan popularmente, un bisagra. Y el dicho indica que “la bisagra, si no está en la puerta, está en la ventana”. Es que este particular señor ha invertido cientos de horas de su vida en pararse fuera de su casa, en la reja, a mirar la vida pasar. Se balancea de una esquina a otra de la cuadra en un incesante caminar.
No importa el clima. En invierno sale con sus clásicos pantalones tipo Dockers y un chaleco abotonado. En verano se desbanda, y con su panza pálida y descubierta no cesa su andar. Ni su falta de looks lo amedrenta, y menos las dos hilachas que suelen colgarle del short, y que solemos denominar “piernas”. El Chico sólo camina… sapea.


Y es todo un caso. Un caso que afectó todos mis afanes rebeldes adolescentes y lo sigue haciendo. Siendo conocido en todo el barrio, el Chico lo sabe todo, lo ve todo, lo oye todo. Es omnipotente. Llevar gente a escondidas a la casa era una odisea, pues el Chico podía irse de boca. Por ende, ante cada ilícito cometido por mi persona, debía mirar siempre hacia su puerta, procurar que no estuviera, que no me viera, que no me acusara. Incluso un día, mientras mi padre martillaba la pared colindante a la casa del vecino, para colgar un cuadro, recibimos una llamada al celular: el Chico nos comunicaba que oía ruidos extraños en nuestra casa.


Luego de 15 años, el misterio llegó a su final. Acabo de averiguar que el Chico tiene nombre –y uno bien inusual- : Se llama Liber. Sí, como Libertad, pero sin el tad. Aunque con todas las facultades que su casi-nombre posee.

25 mayo, 2006

¿Qué Día del Trabajo?

Crónica 1 de Mayo.

Son las 10 de la mañana y el diario no llega aún. Cosa inusual, puesto que los suplementeros no pasan mas allá de las 7 sin lanzar por encima de la pared las pesadas hojas del periódico, que en sinfonía con revistas publicitarias y plásticos envoltorios, nos despierta al golpear el piso, cual gallo diligente.
Y claro, es primero de mayo.

Enciendo el televisor, y los matinales nacionales festinan con temas tan amplios como la manera precisa de preparar un pollo con ajo, ciboulette, tomate, papas, cebolla y la bomba atómica, sin hacer explotar tu estómago, hasta cómo prevenir que roben los espejos y marcas de tu vehículo, cuando estacionas en tal y cual calle de Providencia.
¿Y a esto denominan Día del Trabajador? ¡Pero si es un lunes más!

La CUT ha convocado (¡gracias a Dios!), como cada año, un acto en el cual se rememoraran las tristes experiencias combatientes de algunos, se vanagloriarán las hazañas democráticas de otros, se enrostrará a los empresarios su falta de humanidad, y al Gobierno se le criticará la sumisión y falta de iniciativa que, para ayudar a los pobres, tiene.
Y dado que los ánimos se calientan con facilidad en días como hoy, centenares de personas, de dudosa procedencia e ideología, se cubrirán el rostro con un paño o polerón, y se dirigirán a la Alameda, para destrozarla por enésima vez, con la firme convicción de que a punta de piedras y bombas molotov hallarán la utopía.

Sabidos los sucesos próximos a acontecer, los departamentos de prensa tienen a sus periodistas listos y dispuestos en lugares estratégicos (más bien, típicos) para captar el mejor piedrazo, el encapuchado más subversivo, o el paradero de micros más dañado, y se encargan de informárnoslo cada 15 minutos, interrumpiendo la programación habitual.

Al mediodía todas las predicciones se cumplen, y mientras Arturo Martínez realiza su clásica perorata (cuyo contenido resultó casi desconocido al final del día), los paraderos se caen de a poco, las veredas se saltan, las vitrinas se quiebran, la gente se ahoga entre las lacrimógenas, y huye del indeseado chapuzón que con poca amabilidad, Fuerzas Especiales ofrece a sus invitados.

Y luego de eso, las pantallas se llenan de imágenes sin editar, que relatan sin tacto lo que cada año se debe relatar.
Y los medios y sus personalidades, dejando de lado el dicho que reza al hombre como un animal de costumbres, se asombran año tras año del vandalismo que sucede cada día del trabajador, cada 11 de septiembre, cada 29 de marzo…

¿Y de qué se queja la gente? Los primeros de mayo eran antes una fecha algo más solemne que en la actualidad. Nadie salía, pues la locomoción no corría. Nadie se movía de sus casas, pues nada abierto había para ir a ver. Nadie trabajaba.
Si no fuera por estos vilipendiados encapuchados, el primero de mayo sería un día más. No tenemos diarios, es cierto, pero sus versiones electrónicas se mantienen actualizadas como cualquier día hábil, y eso no se hace solo.

En contra de toda voluntad de los trabajadores afectados, los cines siguen funcionando, al igual que los malls; todo para la comodidad de aquellos que se limitan a ver todo en el televisor, todo para su comodidad.

También puede ir al supermercado si así lo desea. Y en unos años más, seguro que puede ir a donde quiera. Y para ese entonces, el Día del Trabajador será sólo un recuerdo retro y algo kitsch, del que sólo algunos sienten nostalgia.

Mientras tanto, cabe preguntarse por qué los medios de comunicación transmiten las protestas realizadas por los abusos de los grandes poderes económicos, y no participan de ellas. Después de todo, ellos también fueron forzados a trabajar en un día que los festeja.

¿Cuándo será el día en que Soledad Onetto y Mauricio Hoffmann se nieguen a trabajar?, ¿cuándo Sergio Campos reporteará de encapuchado?, ¿cuándo los Edwards darán el día libre? Que las noticias no descansan es cierto… ¿y los periodistas tampoco?

Quizás dentro de 365 días el golpe del periódico en el suelo haga las del gallo de campo.

16 mayo, 2006

once in a while

every few seasons (weeks, months, whatever)
i get this freaky feeling
i get sick of it
i cry for it
y get mad 'caus of it

and you know what?
no pienso escribirlo más
al menos no ahora

recuerda que si lo dices, se hace realidad
maldito lenguaje y sus propiedades creativas.

.

03 febrero, 2006

maca's creek.


Luego de innumerables tropiezos, cometidos voluntaria e involuntariamente durante años, abro los ojos para hallarme en una posición desacostumbrada; perpendicular al suelo, formando un perfecto ángulo de 90º entre la alfombra, y el resto de mi cuerpo: de pie.
El trayecto a este particular punto no fue fácil, o al menos así lo asumo, puesto que me es difícil recordar cada detalle. No obstante, el sabor salado de lágrimas me suena a dejavú cada vez que me tropiezo con él, cosa menos usual que antaño, pero que afortunadamente sigue sucediendo en ciertos días, como hoy, en que el sol no salió por completo, porque una nubecita de existencialismo se le atravesó.
Aunque me doy mucho crédito al decir eso, pues simplemente son cursilerías de las que hablaré.

Me arriesgo a sonar a derrota, o antigüedad, pero me parece ver que al centro del tablero, y habiendo avanzando un sinuoso trecho, el contador de kilómetros ha avanzado considerablemente. Fuera de la metáfora, el tiempo realmente ha pasado.
Siento que a los 14 años comenzó, de manera oficial, la vida. O quizás un poco antes, a los 12. Whatever... siendo yo una muchacha de esa edad, la adolescencia se me plantó en frente de sorpresa, como a todos. Y con ella vinieron, las amigas, los pañuelos, Sanz, libros y Dawson's Creek.
Las primeras para apoyarme... y para darme problemas. ¿Qué habrían sido mis 14 sin aquellas mujecitas en potencia, haciendo lamentarme, reir, odiar y amar? Los pañuelos para secarme los rios brotantes que me sacaban, producto de desengaños y traumas.
Alejandro Sanz, y su mal/bendito "Más".
Mañanas, tardes y noches llorandolo, todo por ese instinto a lo Truman Show, de imaginar que sus letras se inspiraban en mi -entonces- triste y patética vida.
Los libros... más de 30 libros leidos a los 15, sólo para no tener que relacionarme con el mundo, evitando salir lastimada. Nunca más leí tanto...
Y Dawson's Creek... aquellos viernes en que la TV por cable aun no llegaba a mi morada, y esperaba hasta la 1 de la máñana, apenas despierta, que el Mega me pusiera al día con la historia de Joey, Dawson, Pacey y Jen... ja!
Sí, pertenezco a ese grupo al que la susodicha serie marcó.
No sé como habrá sido la adolescencia del resto del mundo, pero la mía fue fiel a esa existencialista, triste y extremadamente analítica cabeza, de estos maravillosos exponentes norteamericanos de "la edad del pavo".

Junto con las espinillas, la búsqueda identitaria se hizo patente de las maneras más extrañas. Mi estadía en un colegio repleto de féminas igualmente perdidas, sólo agregó a mi cruz un poco más de peso para arrastrar. Ya no sólo debía buscar quien sería yo en la vida, que estilo de música escucharía, cómo serían mis amigas, cómo me vestiría, cómo me portaría y que estudiaría, sino también si sería heterosexual, lesbiana (la palabra que más escuché en mi adolescencia), o me uniría al festin bisexual que ahora se muestra como alternativa entretenida y menos radical a las dos anteriores (además es mucho más fácil porque el número de opciones amorosas se duplica en cuanto tomas la -estúpida e inmadura- decisión).


Y claro, el odio a mis padres.
Ay, me daba tanto para hablar.
Tantos llantos en honor a ellos.
Tantas cosas que.. han cambiado entre nosotros.
De objeto de mi afecto, a odio, y de vuelta.

Y mi hermana... sin comentarios al momento.


El asunto es el siguiente:
Las siúticas charlas de Leery ya no me identifican.
Y mirando a mi sucesora, me parece increíble pensar cuán triste es pasar por los 15, pero cuán detestable es para la gente que te ve hacerlo desde afuera, aquella gente que por dicho trecho ya pasó.
Y me alegro profudamente de pertenecer al segundo grupo.
Me alegra mi posicion perpendicular.
Me agrada no llorar con Sanz.
Me encanta ver nuevamente las repeticiones de Dawson's Creek y pensar que antes las situaciones me eran similares, y ahora pasadas.
Me gusta pensar que cada vez queda menos.
O talvez quede mucho
pero el trayecto se ha tornado más agradable.



Aunque de repente me salga una espinilla y corra a buscar el pañuelo.
Aunque aun me encuentre en trance.
Aunque aun sea una niña.