22 diciembre, 2005

alguien que cuide de mi.


Cuatrocientos golpes contra la pared, han sido bastantes para aprender a encajar con gracias, y caer de pie. A esconderlo dentro y llorar después.


Desde hace unos días que este nudo en la garganta no desaparece.
Me molesta, me enoja, me duele, me ahoga y me quiebra.
Traté de ignorarlo, de callarlo, pero simplemente no se detiene... Un par de días atrás, concluida la conversación, me largué con el nudo a punto de estallar. Por eso me fui, en realidad. Y no había caminado más de tres metros cuando debí bajar los lentes que llevaba en mi cabeza, y agachar la mirada, para que no se viera, no se notara que mis ojos se desbordaban.
No supe qué hacer, ni a donde ir. Pero quería salir de ahí, ojalá teletransportarme fuera de la ciudad, para estar sola, para llorar, gritar y patalear sin que nadie me viera, o me preguntara que estaba mal.
Me contuve, y el nudo solo aguantó unas cuadras, para desatarse mientras buscaba una banca del parque que estuviera lejos de la gente, y a la sombra.
Estuve una media hora dejando que saliera, pero a medias. Después de todo, en la ciudad nunca estás solo. La siguiente media hora, me dediqué a mirar al vacío, a tratar de adivinar que me pasaba... pensé que era fin de año, y quizás el peso de los meses me estaba cayendo encima.
En ese afán masoquista propio de gente como yo, me esforcé en recordar los malos momentos, para llorar aún más... pero, para mi sorpresa, no había nada por qué llorar.
Me quedé ahí, sólo contemplando el museo que se alzaba frente a mi.
Recordé que, a veces, mirar el cielo me da ánimo... ver las nubes moverse con el viento, verlas pasar, encima mío, inmutables, efímeras, gordas y enormes. Quise acostarme en la banca para verlas, pero mi falda y el sol de las 4 de la tarde, me impedían alzar los ojos. Además de la carencia de nubes, digna de los comienzos del verano.
Terminé por tomar mis cosas, e irme.

Hoy, 22 de diciembre, se cumplen 4 años de uno de los hechos que más ha marcado mi corta y adolescente vida. Luego de caminar 30 minutos bajo el sol, llegué a tu lado, te saludé de la manera más natural que encontré, y me senté a un costado, en el pasto mojado, para relatarte lo que este año ha sido para mí. Te conté como están mis primos, como he estado yo, sobre la niña nueva, y sobre como creo que este año ha sido más pacífico que los anteriores, al menos los que siguieron tu partida. El nudo en mi garganta no estaba, ni siquiera parecía asomarse, hasta que me di cuenta de que todo estaba tan bien, que me habría gustado abrazarte y llevarte a ver a todos, contagiarte de mi buen ánimo, pero más me interesaba lo primero.
Es como cuándo, es tal el éxtasis, que quieres urgentemente compartirlo con alguien. Pero ya había hablado, y gustaba de un abrazo. Un abrazo, algo tan simple, y que no podías darme... ni a mi, ni a nadie... Lloré un poco, pero luego de un par de lágrimas, me calmé.
Miré la hora, ya 40 minutos habían pasado, y debía irme... miré tu nombre, tatuado en el piso, y lo acaricié pensando que quizás podrías sentir eso, y te dejé escrito en un arbolito de goma, que te quiero, te echo de menos, y quisiera que vieras todo esto... y de verdad espero que lo estés viendo.
Me levanté, me despedí, y me fui pensando que debí decirte no sólo "adiós", sino "fue un gusto hablar con usted, don David".

Hace un par de horas, el nudo se apareció de sorpresa. Te fuiste y me quedé sentada, pensando y ahora, ¿qué?
Tomé el celular, se suponía que debía encontrarme con alguien en el centro. Situación ideal, porque necesitaba tirar las lágrimas sobre alguien...
-¿Estas en tu casa?
-Sí, las niñas no quisieron salir. Te llamo en la noche
-...
Corté.
Fabuloso, una vez más, debía irme llorando, y sola.
Lágrimas-lágrimas-lágrimas.
Tomo la micro, y el nudo insiste en salir.
más lágrimas.
Me seco constantemente, bajo los lentes, y agradezco ir sentada sola, pues no me interesa ningun vecino de puesto que me mire con cara de "¿qué te pasa?".
Una hora de viaje (y putas porfiadas lágrimas)... y suena en mis oídos Alguien que cuide de mi...
Abro la puerta de mi casa esperando que no haya nadie, nadie excepto yo... Y algo de suerte me queda.
Dejo el bolso en la mesa, y no termino de soltarlo cuando el nudo explota.
Me lanzo a la cama, y me veo volver en el tiempo, 4 años atrás.
Sola, llorando, y escuchando música triste, para fomentar un rápido fin del proceso. Sólo me faltó usar jumper, y estaba de vuelta en primero medio.
(Comienza a sonar "Si hay Dios", de Sanz... himno de mi depresión adolescente, junto con otras del españolísimo que tanto me hizo llorar con sus canciones, que tan al hueso solían -y suelen-llegarme).
Se me pierde la mirada en puntos fijos estúpidos, que no paro de observar, y que incluso me hacen llorar más.
Y sigo preguntándome... ¿por qué?

¿por qué?.
.¿por qué?
¿por qué?

...

No tengo explicación, sólo agua salada en los ojos.
Y un montón de música triste en Winamp.

¿Qué siento?
no estoy segura.
ese es el problema.
me siento tan pendeja, de repente. tan... todo de nuevo.
y me aferro inutilmente a esas cosas tristes
y quiero hacerlo, porque siento algo.. siento ganas de deprimirme.

Dicen que el vértigo no es el miedo a las alturas, sino las ganas que tenemos de tirarnos.


me siento pendeja, ilusa, un tanto incompleta, y defraudada.
me siento débil, y fuerte... me siento segura, y frágil.

pero al menos me siento.
y eso es bueno.


.

ahora me voy, para sentir alguna otra canción cebolla, y aprovechar de sacarme las frustraciones pendientes, y otras tonteras.
y no me odies por eso.